La madera puede convertirse en nuestra mejor aliada o en nuestra peor enemiga a la hora de comprar un mueble. Puede que el aspecto que nos resulte más atractivo a la hora de decantarnos por una pieza u otra sea el precio, fijado a partir de unos criterios comerciales y, sobre todo, del material de que está hecho. Pero no siempre lo más barato es verdaderamente lo mejor. Y más en el caso de la madera. La mayoría de los muebles están hechos de madera o la madera supone uno de los principales materiales que lo componen. Existen también derivados como paneles de virutas o fibras de maderas prensadas que puede ofrecernos una sensación similar. En este sentido, a la hora de elegir un mueble deberemos tener muy claro qué clase de madera se utiliza y si ésta es maciza o no.
Tradicionalmente, en el norte de Europa la construcción de los muebles ha estado protagonizada por madera maciza mientras que en otros lugares el grado de satisfacción de los clientes se cubre con piezas hechas a partir de contrachapados o paneles prensados recubiertos de una especie de madera noble que intenta dar el pego.
La madera se puede dividir entre dura, que procede de árboles de crecimiento lento, y blandas, que proceden de árboles de crecimiento más rápido y que aportan más facilidad a la hora de ser tratadas. Los ejemplos más claros de este tipo son el pino, el ciprés, el abeto y el álamo. El roble, el nogal, el cerezo o el olivo, entre otros, son árboles de madera dura. Entre los diferentes tipos de madera que se encuentran en la familia de las exóticas destacan la teca, ébano, caoba e iroco, más resistentes a las condiciones meteorológicas adversas.
Los derivados de la madera que se encuentran con más frecuencia en el mercado son los contrachapados, hechas con capas de madera encolada y prensada, los aglomerados hechos con restos de carpintería que se reutilizan, y paneles de densidad media, hechos con fibras de madera que se prensan y se unen con cola.